Biografía Oficial
Galardonada con el Premio Cervantes Chico, que concede la Asociación de Libreros y el Ayuntamiento de Alcalá de Henares
Marinella Terzi Huguet nació en Barcelona y vive en Madrid.
Su infancia transcurrió en Valencia hasta que, a la edad de once años y por motivos laborales del padre, la familia se trasladó a Madrid. Allí acabó el Bachillerato y cursó el COU en el Colegio Alemán, y, posteriormente, se licenció en Ciencias de la Información (rama de Periodismo) por la Universidad Complutense.
Tras colaborar varios años en diversos periódicos y revistas (el diario Ya, la revista Telva, el suplemento de El País, etc…) y traducir numerosos libros infantiles, de escritores como Michael Ende, Christine Nöstlinger y Gianni Rodari, Marinella Terzi trabajó veintiún años como editora de Ediciones SM, donde coordinó, entro otros proyectos, la prestigiosa colección El Barco de Vapor. Actualmente la autora compagina la publicación de libros infantiles y juveniles con el trabajo de colaboradora editorial freelance.
Marinella Terzi imparte, además, cursos de redacción, edición y creación literaria, y realiza en colegios encuentros con sus lectores. En octubre de 2005, y coincidiendo con el cuarto centenario de la publicación de «El Quijote», la autora fue galardonada con el Premio Cervantes Chico, que concede la Asociación de Libreros y el Ayuntamiento de Alcalá de Henares, en reconocimiento a su labor en el campo de la literatura infantil y juvenil. Columnista de El Tiramilla, revista digital de literatura juvenil, por espacio de casi dos años, y autora de diversos artículos sobre temas literarios en su blog El té de las cinco, en 2016 Terzi quedó finalista de los premios Hache y Fundación Cuatrogatos con los libros “Falsa naturaleza muerta” y “el hijo del pintor” respectivamente.
Marinella Terzi Huguet nació en Barcelona y vive en Madrid.
Su infancia transcurrió en Valencia hasta que, a la edad de once años y por motivos laborales del padre, la familia se trasladó a Madrid. Allí acabó el Bachillerato y cursó el COU en el Colegio Alemán, y, posteriormente, se licenció en Ciencias de la Información (rama de Periodismo) por la Universidad Complutense.
Tras colaborar varios años en diversos periódicos y revistas (el diario Ya, la revista Telva, el suplemento de El País, etc…) y traducir numerosos libros infantiles, de escritores como Michael Ende, Christine Nöstlinger y Gianni Rodari, Marinella Terzi trabajó veintiún años como editora de Ediciones SM, donde coordinó, entro otros proyectos, la prestigiosa colección El Barco de Vapor. Actualmente la autora compagina la publicación de libros infantiles y juveniles con el trabajo de colaboradora editorial freelance.
Marinella Terzi imparte, además, cursos de redacción, edición y creación literaria, y realiza en colegios encuentros con sus lectores. En octubre de 2005, y coincidiendo con el cuarto centenario de la publicación de «El Quijote», la autora fue galardonada con el Premio Cervantes Chico, que concede la Asociación de Libreros y el Ayuntamiento de Alcalá de Henares, en reconocimiento a su labor en el campo de la literatura infantil y juvenil. Columnista de El Tiramilla, revista digital de literatura juvenil, por espacio de casi dos años, y autora de diversos artículos sobre temas literarios en su blog El té de las cinco, en 2016 Terzi quedó finalista de los premios Mandarache y Fundación Cuatrogatos con los libros “Falsa naturaleza muerta” y “el hijo del pintor” respectivamente.
Biografía Extraoficial
Creciendo y escribiendo: relatos, poemas…
Fui una niña callada y tímida, que observaba el , hablaba poco -fuera de – y pensaba mucho. Para llorar no tenía más que inventar historias tristes delante de un espejo.
Sabía hacerlo.
Me gustaba . Tenía prácticamente completa la colección Cuatro Vientos, de Noguer, entonces en cartoné. Disfruté leyendo «Jim Botón» sin ni siquiera saber que era del gran señor de la literatura fantástica: Michael Ende. Y todo lo de Enyd Blyton que caía en mis , por supuesto.
Si me miro en las fotos de mi infancia, veo que las modas han cambiado: yo llevaba los vestidos muy cortos y, en invierno,
de piel y de «señorita bien». También ha cambiado la manera de hablar.
Pero eso es todo.
En lo demás los de entonces y los de ahora somos iguales, estoy segura. Antes, como ahora, no todo era felicidad, ni mucho menos. Muchas veces nos peleábamos con los hermanos, con los padres, con los amigos. Sentíamos que la vida era injusta y sufríamos cuando no se nos permitía participar en el juego de los demás o cuando, en clase, un compañero especial no nos miraba en todo el santo día. Claro que también había momentos de , mucha fantasía y mucho juego: tardes enteras creyéndome profesora, escaladora o viajera; los recortables, el Lego, el Exin , las gomas en el patio del colegio -o entre dos , en -, el yoyó y la Tressy y sus vestidos.
Cuando se escribe para , uno no debe escribir nunca para el niño que fue -es cierto-, sino para los que tiene a su alrededor. Pero esos niños de hoy tienen los mismos sentimientos, en algunos momentos la misma sensación de frustración, que los de entonces. Sin duda.
Mi infancia se gestó en Valencia; mi adolescencia, en Madrid. En medio tuve que cambiar de y de ciudad y eso me hizo nostálgica. Renunciar a un primer hogar y llegar a otro, en el que los muebles de siempre se acomodaban en habitaciones desconocidas…, renunciar a un primer colegio y llegar a otro al que, por fin, se podía ir andando, pero que estaba lleno de gente sin nombre… No, no fue fácil. Durante mucho tiempo añoré cuartos, personas, cosas. Y todavía hoy la añoranza es un signo de mi carácter.
Con la carrera descubrí las amistades verdaderas. Fueron cinco años de paseos y largas conversaciones por las calles de Madrid. Y fui creciendo, a mi pesar.
Creciendo y escribiendo: relatos, poemas… Poemas, relatos… hasta que, de pronto, alguien me tendió la mano y me aproximó de nuevo a los libros infantiles. Eso me llevó a escribir una novela para . Mi primera novela. «Un problema con patas». Y es que yo, de pequeña, tenía un verdadero problema… con patas: me daban pavor los .
ME GUSTAN… el color turquesa, los niños pequeños, mi familia, el mar Mediterráneo, leer -me quito el ante la enorme imaginación de Gabriel García Márquez, Michael Ende y Rafik Schami-, el cine, la danza, quedar con amigos, las canciones de Serrat, viajar, comer bien, los caballos, , los bombones de licor… y pasarme la tarde entera viendo «Guerra y paz», «Espartaco», «Horizontes de grandeza» o «Los que no perdonan». Cualquiera de ellas, sin importar el número de veces. Crecí viendo en la todas esas películas. Aprendí de los ídolos del gran cine americano de los cuarenta y los cincuenta que todos los personajes de ficción deben tener un punto de humanidad que los haga cercanos. Y, si no, que se lo pregunten a Henry Fonda, Kirk Douglas, Gregory Peck o, incluso, al mismísimo Charlton Heston.
Fui una niña callada y tímida, que observaba el , hablaba poco -fuera de – y pensaba mucho. Para llorar no tenía más que inventar historias tristes delante de un espejo.
Sabía hacerlo.
Me gustaba . Tenía prácticamente completa la colección Cuatro Vientos, de Noguer, entonces en cartoné. Disfruté leyendo «Jim Botón» sin ni siquiera saber que era del gran señor de la literatura fantástica: Michael Ende. Y todo lo de Enyd Blyton que caía en mis , por supuesto.
Si me miro en las fotos de mi infancia, veo que las modas han cambiado: yo llevaba los vestidos muy cortos y, en invierno,
de piel y de «señorita bien». También ha cambiado la manera de hablar.
Pero eso es todo.
En lo demás los de entonces y los de ahora somos iguales, estoy segura. Antes, como ahora, no todo era felicidad, ni mucho menos. Muchas veces nos peleábamos con los hermanos, con los padres, con los amigos. Sentíamos que la vida era injusta y sufríamos cuando no se nos permitía participar en el juego de los demás o cuando, en clase, un compañero especial no nos miraba en todo el santo día. Claro que también había momentos de , mucha fantasía y mucho juego: tardes enteras creyéndome profesora, escaladora o viajera; los recortables, el Lego, el Exin , las gomas en el patio del colegio -o entre dos , en -, el yoyó y la Tressy y sus vestidos.
Cuando se escribe para , uno no debe escribir nunca para el niño que fue -es cierto-, sino para los que tiene a su alrededor. Pero esos niños de hoy tienen los mismos sentimientos, en algunos momentos la misma sensación de frustración, que los de entonces. Sin duda.
Mi infancia se gestó en Valencia; mi adolescencia, en Madrid. En medio tuve que cambiar de y de ciudad y eso me hizo nostálgica. Renunciar a un primer hogar y llegar a otro, en el que los muebles de siempre se acomodaban en habitaciones desconocidas…, renunciar a un primer colegio y llegar a otro al que, por fin, se podía ir andando, pero que estaba lleno de gente sin nombre… No, no fue fácil. Durante mucho tiempo añoré cuartos, personas, cosas. Y todavía hoy la añoranza es un signo de mi carácter.
Con la carrera descubrí las amistades verdaderas. Fueron cinco años de paseos y largas conversaciones por las calles de Madrid. Y fui creciendo, a mi pesar.
Creciendo y escribiendo: relatos, poemas… Poemas, relatos… hasta que, de pronto, alguien me tendió la mano y me aproximó de nuevo a los libros infantiles. Eso me llevó a escribir una novela para . Mi primera novela. «Un problema con patas». Y es que yo, de pequeña, tenía un verdadero problema… con patas: me daban pavor los .
ME GUSTAN… el color turquesa, los niños pequeños, mi familia, el mar Mediterráneo, leer -me quito el ante la enorme imaginación de Gabriel García Márquez, Michael Ende y Rafik Schami-, el cine, la danza, quedar con amigos, las canciones de Serrat, viajar, comer bien, los caballos, , los bombones de licor… y pasarme la tarde entera viendo «Guerra y paz», «Espartaco», «Horizontes de grandeza» o «Los que no perdonan». Cualquiera de ellas, sin importar el número de veces. Crecí viendo en la todas esas películas. Aprendí de los ídolos del gran cine americano de los cuarenta y los cincuenta que todos los personajes de ficción deben tener un punto de humanidad que los haga cercanos. Y, si no, que se lo pregunten a Henry Fonda, Kirk Douglas, Gregory Peck o, incluso, al mismísimo Charlton Heston.
Avi. «Un día estupendo»